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41     LOS TONELEROS

s impensable que el vino pueda madurar adecuadamente y adquirir su peculiar aroma si no es en toneles o barricas de roble.

En la actualidad existen fábricas de toneles dotadas de máquinas-herramientas para su labor, pero nada parecido al arte de los antiguos —ya van quedando pocos— toneleros.


Antiguo taller de tonelería
Antiguo taller de tonelería

Se empezaba cortando las duelas, que son como cada uno de los gajos que forman el barril. Se empleaba un útil adecuado, el tallán, y una maza para abrir la madera, sin necesidad así de utilizar una sierra. La mejor madera es la de roble americano o francés, y se debía poner especial cuidado para que no presentaran ningún nudo.

Después se iban sujetando una a una las duelas en una especie de banco de carpintero (el mochuelo), y, a horcajadas sobre él, con cuchillas planas y curvas se vaciaba la superficie interna, dándoles el grosor adecuado y menor anchura hacia los extremos. Se terminaba con el biselado de los cantos con cepillos o garlopas especiales.


Banco de tonelero
Banco (burro o mochuelo) de tonelero

Antiguas herramientas de tonelero
Antiguas herramientas de tonelero

Inmediatamente se procedía al armado, colocando las duelas verticalmente y, por medio de un aro armador, se juntaban sus cantos en uno de los lados hasta completar una circunferencia, consiguiendo que los bordes biselados ensamblaran a la perfección. Después se ceñían con unos aros (cellos) hechos de flejes de hierro.


Armando el tonel
Armando el tonel

Antes de operar de igual manera con el otro lado del tonel, las duelas debían ser lo bastante flexibles para que pudieran arquearse tomando la forma que finalmente tendrían. Para ello se humedecían y se encendía dentro del barril en construcción una pequeña hoguera que reblandecía la madera.


Calentando las duelas
La duelas se humedecen y se calientan para que adquieran flexibilidad

Tras repasar el interior con una azuela de filo en curva, se igualaban los cantos de los dos lados, biselándolos (descabezado), y se labraban unas ranuras o escotaduras profundas para ajustar los fondos (testas) previamente ribeteados, operación —ruñar el jable se llamaba, o galse, aquí en Criptana— que se hacía con unas herramientas apropiadas: el galsador y el estobador. Para colocar estos fondos era necesario retirar los dos aros de los extremos, para que las duelas se separasen ligeramente y hubiera hueco suficiente. Luego se calafateaba con juncos o anea si era necesario, para que no hubiera filtraciones, y se repasaba el exterior con una rasqueta para igualar las duelas.


Forzando el doblado de las duelas
Forzando el doblado de las duelas

Repaso, descabezado, escotaduras...
Repaso, descabezado, escotaduras...

Preparando los fondos
Preparando los fondos

La siguiente operación consistía en ajustar todos los aros de hierro con una pesada maza y una cuña de hierro, de modo que las duelas se acoplaran perfectamente y formaran un conjunto hermético. Por último, se procedía a realizar el agujero para echar el vino.

Muchos toneleros también se dedicaban, con maderas de peor calidad —castaño, generalmente—, a una tonelería que pudiéramos llamar menor, como era la fabricación de barriletes de uso doméstico, baldes, jarras, tinas, cubos, cubas para salazones, etc.


Toneles terminados
Toneles terminados

En Criptana hubo toneleros: Miguel Camacho, en las primeras décadas del pasado siglo, al principio de la calle del Maestro Manzanares. De esa misma época, Desiderio Vázquez, en la calle Alcázar, y José Núñez. Julián Bastante, que ejerció entre 1940 y 1985, primero en la bodega de Minguijón y luego en la de Girona. Rafael Castellanos, que aprendió el oficio de su padre, José Andrés, y repartió su vida laboral en las bodegas de Esteso, Minguijón y Girona. Clemente Flores, que también aprendió de su padre, y que estuvo en la bodega del Montañés (luego de Simpliciano y ahora de Castiblanque), en la de Girona y paso intermedio como ayudante en la tonelería de Antonio Marchante. Por último, Gregorio Manjavacas, el único autónomo, con la tonelería en el Tumbillo, al comienzo de la calle Antonio Espín, y luego por el barrio de Santa Rita.


Toneleros de Criptana
Toneleros de Criptana

No hemos sido en Criptana mucho de envasar en madera, en las clásicas barricas o barriles de alrededor de 225 litros, unas 14 arrobas, o en toneles, algo mayores, acostumbrados como hemos estado siempre a la venta del vino a granel y al poco de cosecharlo, si acaso en las bodegas algo tenían para ese vino especial, de mejor calidad, que reservaban para el gasto anual de la familia, para ofrecer a amigos o visitantes o para mantener, a la manera de Jerez, con solera o "madre", ese "vino añejo" del que ponderar que era el mejor de "toda la comarca". En mi casa teníamos un barril, que mi abuelo Domingo compró para su bodega en 1930, nada menos que en Jerez y con solera y todo, y que lamentablemente perdimos hace unos años por no darle los cuidados que necesitaba y por rellenarlo en algún momento con un vino no muy adecuado. Igual ocurrió con un tonel grande, una pipa, de un vinagre que no sólo era buenísimo —como se dice ahora, lo siguiente— y que por trasladarlo a un sitio no precisamente idóneo cuando la bodega se derribó para edificar, se fueron abriendo las duelas y cuando nos dimos cuenta el vinagre se había derramado y filtrado al suelo.

Hoy la situación ha cambiado en Criptana. Mucho vino se sigue vendiendo a granel, pero parte se embotella y son necesarias naves acondicionadas para su crianza en barricas.


Bodegas Símbolo en Criptana
Bodegas Símbolo-Cooperativa de Ntra. Sra. de Criptana

También cosa distinta fue en las grandes bodegas y alcoholeras que a partir de los últimos años del siglo XIX aquí se instalaron, algunas de empresarios venidos de fuera, coincidiendo con la pérdida de muchas viñas en otras zonas del país por la "filoxera" y con la llegada del ferrocarril, que mejoró el transporte del vino. En casi todas ellas tenían barricas o toneles, bien para el vino, para los muchos licores que entonces se fabricaban o para los alcoholes. Recordemos, entre otras, las del Marqués de Mudela (luego Girona), Artiñano, Ruescas, Laurens (Luego Esteso), Mompó (luego Simó y años después Huertas), El Montañés (luego Simpliciano y ahora Castiblanque), Sehuid, Penalva, Cazareu, Anglade, Laforcade (luego Vinícola del Carmen), Henríquez de Luna, Melgarejo, Vento, Rubín, Chapa, Badía, Minguijón, Leal y Montserrat, La Mapa, Mena (ahora Cooperativa de Ntra. Sra. de Criptana), Benezet, Ramón Beamud, Acha, Fomento Vinícola...

El transporte del vino se hacía en un principio en grandes toneles, pipas, en este caso de madera de castaño para que fueran más baratos, y empleando unos carros especiales que se llamaban "cambriones". No tenían varales y de su estructura caían unas cadenas que se hacían llegar hasta el suelo para colocar sobre ellas los toneles y luego, con una especie de torno, izarlos para el viaje. Tres días de ida y tres de vuelta empleaban las mulas en el viaje a Madrid. Estos mismos cambriones se utilizaban en las bodegas para trasiego interno y, cuando ya se empezó a transportar el vino en tren, para llevar las pipas a la estación y subirlas a los vagones desde el muelle de carga y descarga que aun existe en una vía muerta, aunque clausurado desde hace mucho tiempo por falta de negocio.


Bodegas El Bengalí
Cambrión en la bodega de Chapa. 1924

Bodegas Esteso
Cargando pipas de la bodega de Esteso en la estación de Criptana

Antiguo muelle de carga en la estación de Criptana
Antiguo muelle de carga en la estación de Criptana

Pero al poco tiempo llegó un cambió en el envío del vino en tren. Empezaron a utilizarse los fudres, que eran unas enormes cubas, también en madera de castaño, con una capacidad enorme y montadas sobre una plataforma ferroviaria. Las habituales eran de unos 13.000 litros, pero las había hasta de 30.000. Y era con cabriones como se llevaban los toneles de vino a la estación y allí se hacia el trasiego con una bomba al fudre. Incluso en la bodega de Esteso trajeron un camioncete Hispano-Suiza, con ruedas macizas y transmisión por cadena para este menester y de uso interno en la bodega. Era como una especie de cambrión motorizado.


Fudre
Fudre

Algunos recordaran una especie de placa giratoria frente a la estación, instalada en una vía de servicio, y sobre la que en un espacio reducido, evitando una larga curva de los raíles, se hacía girar el fudre 90 grados para embocarlo en otra vía que entraba directamente a la bodega del Marqués de Mudela, luego de Girona, en donde se realizaba la carga sin tanto trasiego.


Placa giratoria para desvío
Placa giratoria para desvio de vagones

Al principio, los fudres iban al aire, montados directamente sobre plataformas ferroviarias, pero hubo casos de sabotaje, individuos que amparándose en la obscuridad de la noche, aprovechando la parada en alguna estación y provistos de un berbiquí, hacían un taladro y extraían el vino clandestinamente. Las perdidas, sobre todo por vertido, eran grandes hasta que alguien advertía el desaguisado y se procedía al taponamiento. Algunos de los cacos eran muy "finos", pues llevaban taruguillos de madera y con una maza los incrustaban a presión en el agujerillo para cerrarlo. Nadie reparaba en ello salvo que se hiciera una revisión a fondo. Todo esto acabó cuando los fudres se montaron en vagones cerrados, con una o dos cubas, y la carga y descarga podía realizarse desde trampillas situadas en el techo o por bombas localizadas en el interior de los vagones.


Fudre en vagón
Fudre en vagón (en este caso de un exportador de Bilbao) con detalle del interior

Tras la Guerra Civil, los fudres de madera ferroviarios empezaron progresivamente a ser sustituidos por metálicos. Y ya antes, también el transporte por carretera en vehículos motorizados empezó su andadura. El primer transportista que hubo en Criptana fue en 1928 mi padre, Valeriano Flores, con una camioneta Chevrolet y llevando pipas de vino por los pueblos de los alrededores. No había muchos camiones entonces circulando. Se puede decir que él y otros pocos decididos inventaron la profesión. Tuvo posteriormente otras dos camionetas Chevrolet ya de mayor tonelaje, y después de la Guerra Civil dos camiones Studebaker que se compraron en subasta al Ejército y que arreglaron y pusieron a punto. Y el primer camión con cisterna en 1950, un Pegaso II Z-202, de 140 CV, el entrañable Mofletes, con motor diesel. Después vinieron otros... Ahora son mis hermanos quienes llevan la empresa, y una nueva generación de sobrinos está ya también incorporada.


La primera furgoneta de Valeriano Flores
Dibujo de la primera furgoneta Chevrolet de mi padre, Valeriano Flores, trasportando pipas de vino

Fue precisamente por los años cincuenta, al hacerse ya casi generalizado el transporte del vino en cisternas, cuando nuestros viejos toneleros vieron como su oficio empezaba a decaer...

No es tema de este apartado de los toneleros, pero si relacionado: el empleo de odres o pellejos para contener y transportar el vino. Consistían en un cuero, generalmente de cabra, aunque también los había de cerdo o de buey, cosido y empegado por todas partes menos por la correspondiente al cuello. Su capacidad dependía del tamaño del animal. Por dentro, para impermeabilizarlos, iban untados de pez, un producto obtenido de la resina de los pinos, y eso daba al vino un olor y sabor característicos. La confección de odres nuevos y la reparación de los viejos daba mucho trabajo a los talleres de botería, que también realizaban botas con capacidades entre uno y diez litros. En realidad, los recipientes de cuero son mejores conservantes que las barricas de madera, al permitir la eliminación del aire según se va consumiendo el vino.

De Noblejas, en Toledo, y de Valdepeñas se llevaba mucho vino a Madrid en pellejos. En un vagón de tren entraban unos noventa de cien litros cada uno. Luego se repartían por las tabernas y se recogían los vacíos del reparto anterior. En uno y otro sitio había buenos talleres para confeccionarlos, y más cerca de nosotros, en Alcázar de San Juan y en La Solana.


Pellejos de vino
Pellejos de vino

En Criptana el único que los utilizó fue mi abuelo Domingo en su bodega de la calle del General Peñaranda, unos años antes de la Guerra Civil, y fue para transportar vinagre. Los alquilaba a un pellejero de Alcázar (había dos talleres entonces en el pueblo vecino y los dos muy buenos). Ellos mismos se encargaban de llenarlos, cerrarlos y cargarlos en la camioneta, la de mi padre, naturalmente, y todo quedaba en casa. El viaje era hasta Galicia y el vinagre lo empleaban en las fábricas de conservas. Al regreso traía los pellejos vacios y doblados y algunas mercancías de allá: conservas, sardinas de cuba u otros pescados en salazón. El vinagre, todo natural y de buena calidad, lo hacían tratando adecuadamente restos de vino un poco "picado" comprados en otras bodegas del pueblo.

Es famoso el episodio en el que Don Quijote arremete a cuchilladas con unos pellejos llenos de vino en la venta de Juan Palomeque. Durmiendo en una de las habitaciones, sueña que son gigantes y, espada en mano, se lanza contra ellos, derramando el vino por el suelo.


Don Quijote arremete contra los pellejos de vino
Don Quijote arremete contra los pellejos de vino creyendo que son gigantes